Monday 11 January 2010

swarovski by iván parlorio ( febrero 2009)

No era una abuela normal. Su largo pelo blanco liso le caía por la espalda hasta la cintura, su rostro siempre estaba maquillado. Su vestido rojo se le ceñía a su piel de tal forma que le hacía más joven. Collares y anillos de vivos colores le hacían verse más hermosa. Lucía unas grandes gafas de sol que no dejaban ver sus ojos. No era una abuela normal.
Paseaba por su antigua casa enseñando a sus nietos sus viejos tesoros cuando el más pequeño y el más valiente le preguntó. -¿Abuela? ¿Qué son aquellos cristalitos?- La abuela echó hacia abajo sus grandes gafas y dejando ver dos ojos verdes le dijo.- No son cristalitos, son Swarovskis.- El niño al oír esta palabra fue hechizado y como un efecto dominó todos se quedaron pendientes de su abuela, el más pequeño volvió a abrir la boca y preguntó. -¿Qué es un Swarovski?- la abuela sonrió.

-Para eso os tendré que contar una vieja historia.- Dijo la abuela llena de satisfacción, se sentó en su antiquísimo sillón y comenzó:

Érase una vez….Una pequeña niña que caminaba sola por el bosque, no era una niña normal, su cuerpo estaba hecho de cristal. Fue una chica normal por un tiempo, en una época tan lejana que ni los árboles más ancianos se acordaban.
Este cristal fue hecho hace muchísimos años e impuesto a la joven debido a lo preciosa que era. Una belleza que jamás se había visto. Era tan bonita que todo aquel que la rodeaba temía por que creciera y desapareciera su infinita hermosura. Por eso un grupo de herreros, los mejores del mundo crearon un metal infinito. El único metal que fuera capaz de mantener bella a la niña. Encerrada en un traje transparente para guardar su belleza como un tesoro.
Pero algo malo le pasaba a Venus que nadie supo prever. La luz solar le hacía un terrible daño. El sol le podía quemar ya que el metal hacía de lupa, debido a esto siempre tendría que salir por la noche haciéndose cada vez más solitaria.
Otro problema era el alimento, Venus tenía siempre sed, no tenía hambre, no podía comer. Una extraña sed que se apoderaba de ella y le hacia beber sangre. A la niña le perturbaba esto y le hacía aún más solitaria. Desde el primer día que tuvo su traje de cristal estuvo sola. Ella se consideraba a sí misma un monstruo.
Todos los que un día la adoraron y la quisieron por su belleza, ahora la repudiaban por el monstruo que ellos mismos habían creado, llegándola a odiar y desterrándola para siempre.
Una de tantas noches, en la que la luna lucía tanto como el sol paseaba Venus sin ningún destino concreto, tocando los árboles con sus yemas de cristal. La luz lunar caía sobre ella como una lluvia de preciosos destellos haciéndola aún más bella si cabe. Venus se cruzó con una anciana que acariciaba su gato negro. La niña que no estaba acostumbrada a ver a nadie, se colocó la capucha negra de su largo vestido, sin hacer mucho ruido intentó pasar inadvertida, pero una ramita se quebró y la anciana dejó de prestar atención a su gato y miró a la joven Venus.

-¿Por qué no me saludas, niñita?- Dijo la anciana mientras su gato lanzó un maullido en forma de saludo.

-No me dejan que hable con nadie, soy un monstruo.-Dijo la joven mientras sus mejillas de cristal adquirían un tono ocre, estaba ruborizada.

-¿Monstruo? Yo no veo ningún monstruo, veo una niña preciosa, eso es lo único que veo.-Le contestó la anciana que cada vez estaba más cerca de Venus.

Las dos se quedaron calladas por unos segundos ¿Qué querría de Venus? La anciana con sus largos y huesudos dedos le tocó la punta de la nariz. Venus se puso bizca al mirar el dedo. La anciana lo movió en pequeños círculos, tras mirarla a los ojos de cristal la anciana iba a decir algo. Todas las plantas, árboles, animales y la propia Venus prestaban atención.

-El metal que tienes sobre tu piel es un castigo, niñita, pero a partir de ahora tu cuerpo crecerá y en un futuro no muy lejano vendrán acontecimientos en los que tendrás que tomar una importante decisión y puede que esta cárcel que un día te impusieron cambie y se transforme en un tesoro cal mariposa.- Al decir esto un rayo cayó a lo lejos partiendo una gran rama. Venus asustada miró hacia allí y cuando volvió la mirada hacia la anciana ya no estaba. Solo había dos gatos que jugaban entre las prominentes raíces de un viejo roble.

Los días pasaron y estos se convirtieron en meses, los meses en años y los años en décadas. La niña poco a poco fue creciendo como dijo la misteriosa anciana y cada noche daba vueltas a las palabras que aquel día le fueron confesadas. Se pasaba horas y horas pensando en ello. Preguntó a los árboles, plantas y al cielo que le habían visto crecer pero no hubo respuesta.

Era una noche de plenitud lunar, Venus acababa de saciar su sed con un pequeño zorro que se había quedado atrapado entre la maleza. Se odiaba a si misma por sobrevivir así pero era su sino. Ya no tenía sed pero esa noche se sentía rara, como si algo extraño fuera a pasar. Su cuerpo había cambiado. Ya no era esa niña con facciones de ensueño, su silueta se había transformado y el cristal se había acoplado perfectamente, como si fuera un traje invisible que se le pegaba al cuerpo para siempre, protegiendo su belleza. Se había convertido en una mujer preciosa. Una mujer de cristal.
Los árboles al verla pasar no solo la miraban sino que ahora le hacían reverencias, hasta tal punto que muchas raíces salían a saludarla también. Así pasaba las noches, entre los árboles y la luna, sus amigos del bosque. Esta noche había caminado demasiado, se dio cuenta por que vio el pequeño riachuelo que era el límite por donde Venus paseaba. Nunca llegaba tan lejos, tenía miedo que la vieran, siempre el miedo, miedo y más miedo.

Cuando iba a dar media vuelta para volver a su casa, un árbol centenario que había visto crecer a Venus le dio con la rama para que se diese la vuelta. Venus se giró y allí, en la otra orilla había un joven. Estaba a la luz de la luna, tenía una roca de piedra que llegaba hasta el suelo y entre sus manos sujetaba un cincel. Le daba fuertes golpes a la roca, gotas de sudor caían por la frente del joven. Venus se quedó paralizada, hacía mucho tiempo que no veía a nadie, pero él no era alguien normal. Sus grandes ojos de metal no podían cerrarse, una extraña emoción le subía por el estomago hasta el pecho, su corazón palpitaba más rápido, todo su cuerpo de cristal se estremeció.

Se quedó mirándole hasta que empezó a amanecer .Venus corrió hacia su casa escondiéndose del sol, huía de la luz pero algo había cambiado. El miedo se había esfumado, se había convertido en ilusión por volver al día siguiente, al mismo sitio , a volver a encontrarse con ese misterioso joven escultor.

Cada noche Venus volvía a espiarle. Según iban pasando los días el joven le daba cada vez más forma a la roca, aunque desde su posición no veía nada y una gran curiosidad le carcomía por dentro imaginándose mil formas.
Al sexto día Venus se había retrasado debido a que tenía mucha sed. Cuando llegó a orillas del riachuelo no estaba el joven, sólo estaba la estatua que no alcanzaba a ver. Venus dudó por un instante pero se armó de valor y a pesar de la gran tristeza que le produjo no ver a su joven escultor decidió ir a mirar la figura de piedra. Sus pies de metal se mojaron con el agua del riachuelo. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Pasito a pasito llegó hasta la otra orilla y cada gota de agua que pasaba por allí le susurraron- ¡Adelante, no tengas miedo Venus!-

La luna otra vez estaba en lo más alto, como cada noche sonreía. Venus había llegado a la otra orilla y enfrente suya tenía la estatua de piedra. Otra vez sus ojos de metal se abrieron como faros. Delante suya estaba su vivo retrato, era exactamente igual que ella, lo único que cambiaba era la roca por el metal. Se quedó mirándola unos minutos cuando los árboles le avisaron que alguien venía, Venus como pudo se escondió entre unos arbustos que le dieron cobijo gustosamente.

De entre los árboles salió el joven escultor con el cincel en la mano, dispuesto a seguir dándole forma a la hermana de piedra de Venus. Ésta miraba al joven sin poder parpadear, nunca había estado tan cerca de él, los nervios se apoderaron de ella. El chico empezó a esculpir la dura roca como cada noche y pensando en alto exclamó.

-¿Nunca te veré verdad? Eres como un sueño. Cada vez tengo menos recuerdos de tu cara, tan bonita, tan frágil, tan bella ¡Tú! Seguro que no te acuerdas de mí.- Le dijo mirando a los ojos de la estatua de piedra, mientras silenciosamente Venus observaba todo.- Hace tiempo que te vi pasar por la otra orilla como un rayo fugaz en la noche, eras la criatura más bella que ví jamás. Tu piel brillaba como el metal más precioso del mundo entero. Por eso vengo aquí cada noche. Para poder volver a verte aunque sea solo un destello de ti. Un destello de tu infinita belleza.- Dijo mientras sujetaba el cincel en sus manos.

Antes estas palabras Venus se sorprendió tanto que se inclinó hacia atrás. En ese lugar había cuatro urracas que dormían placidamente y Venus las despertó. Las urracas asustadas salieron volando lanzando improperios al aire.
El joven reaccionó, el cincel cayó al suelo haciendo ruido contra la roca fría, miró a su alrededor pero no vio a nadie. Volvió a recoger el cincel y siguió esculpiendo su querida escultura, aunque algo le deslumbró, un reflejo de luz lunar impactó contra sus pupilas.
La piel de Venus no era fácil de ocultar y sus destellos fueron a parar a la cara del escultor.

-¿Quién está ahí?- Dijo el joven mientras se acercaba a los frondosos matorrales. Venus al verle acercarse se echó hacia atrás como pudo. El chico continuó avanzando y ella siguió retrocediendo hasta que su transparente espalda chocó contra un milenario árbol. El joven estaba frente a ella.

-¿Quién eres, dónde estás? Te he sentido, he sentido un reflejo en mis ojos ¿Por qué te escondes?- Dijo él nervioso.

-No me mires ¡soy un monstruo! Soy un vampiro de metal.- Dijo Venus mientras se tapaba la cara con sus preciosas manos. Cuidadosamente el joven le quitó las manos de la cara. Dos ojos asustados le miraban sin parpadear, el joven a su vez no se creía lo que estaba viendo.

-¿Un monstruo? ¿Un vampiro? No, no puede ser, eres tú. Pensaba que no te vería jamás.- Dijo con voz temblorosa.

-No déjame, soy un vampiro, soy un monstruo que se tiene que alimentar de….- Dijo Venus hasta que le interrumpió el joven escultor.

-Perdona, me llamo Edward, vivo en la ciudad, soy escultor. Una noche como la de hoy cuando la luna me saludaba al andar por estos bosques, te vi en la otra orilla del río, eras tú, una figura angelical. Desde entonces no he podido pensar en otra cosa, noche y día no has salido de mí. Y hoy otra vez, te vuelvo a encontrar con la misma luna observándonos en lo más alto, a la joven de… de metal ¡Por todas las cosas bellas de este mundo, eres preciosa!- Dijo Edward mientras miraba los ojos de cristal.

Venus estaba inmóvil. Tras muchos años alguien como ella le había hablado de tú a tú, sus ojos volvieron a ser grandes. Edward le estaba hablando tan cerca que sentía su aliento. Estaba tan nerviosa que cogió fuerzas e intentó escapar, Edward no tuvo tiempo de reacción, el cuerpo de Venus se alzó tan rápido que ni los duendes de la montaña podrían haberla seguido.
Corrió y corrió hasta que estuvo muy lejos. Edward se quedó solo, lamentando que otra vez se había escapado la cristalina mujer de entre sus manos.

Venus llegó hasta un césped lleno de flores. Lloró y lloró hasta que todos los que la rodeaban se unieron a su tristeza. Plantas y animales se acercaron hasta ella. El bosque entero lloraba. Los duendes le intentaron animar pero no hubo forma. Las lágrimas corrían por sus mejillas hasta el suelo. Eran pequeños cristales, las flores contentas ante tal regalo rozaban sus brazos intentando animarla pero ella seguía llorando.
No entendía, no sabía por qué era así ¿Por qué era de metal y tenía esa sed que no podía controlar? ¿Por qué no era como los demás? Se quedó sola, llorando sin saber que hacer, dejando caer sus lágrimas sobre las flores de colores.

Edward estaba sin habla, volvía a casa pensando en todo lo que había pasado aquella noche. Cuando llegó su anciano padre descansaba frente al fuego. Edward no pudo contenerse y le preguntó.

-¿Padre? ¿Usted sabe algo acerca de una niña de metal que vive en el bosque?- Preguntó Edward quitándose el abrigo que llevaba puesto.

-¿Una niña de metal?- Dijo el padre mientras se erguía en la mecedora.- ¿La has visto acaso?-Dijo el padre desviando la mirada hacia su hijo.

-Fugazmente, estaba trabajando en mi escultura solo con la luna y apareció de repente y aunque el encuentro fue breve, juraría que era ella. Como un Ángel transparente.- Edward se quedó mirando fijamente el fuego.

El padre de Edward se levantó y cogiendo a su hijo por el hombro le dijo. -Escúchame bien hijo, esa chica es una bruja, se alimenta de sangre y su cuerpo está hecho de metal enteramente, fue un castigo que le impusieron nuestros antepasados por bruja. Mañana por la mañana iremos a buscarla y la sacaremos de nuestros bosques.- Dijo el padre levantándose rápidamente de su asiento.

-No padre, no puedes hacer eso, es inofensiva, vivo todos los días pensando en ella.- Replicó Edward.

-No te opongas, tú no sabes de lo que es capaz, es una vampiro. Vaga por nuestros bosques alimentándose de cualquier ser vivo.- El padre le quitó la mano del hombro a su hijo y salió de la casa rápidamente. Edward no podía permitir que la hicieran daño, por eso salió detrás de su padre a avisar a Venus.

Al día siguiente el sol duró poco ya que toda la región estaba llena de nubes. La noche llegó pronto invitando a que todas aquellas pequeñas criaturas que no se atreven a vivir en el día saliesen. El bosque oscureció y Venus decidió quedarse en casa, no tenía sed, estaba mirando los cuadros llenos de polvo cuando el maullido de un gato le sobresaltó.

Miró hacia la ventana y al mirar a través de ella vio a lo lejos antorchas, se movían dirección a su casa. La joven muy nerviosa y asustada salió por la puerta de atrás y comenzó a correr. Los árboles pasaban por su lado avisándola de que tuviera mucho cuidado, las plantas se quedaban atrás mirándola sin saber que hacer. Venus corría muy aprisa hasta que un fuerte golpe le hizo detenerse, se había chocado con alguien. No le podía ver la cara por que se había quedado inconsciente en el suelo, la capa del abrigo le cubría el rostro. Venus se acercó hasta él y le quitó la capa. Cuando vio quien era su corazón volvió a latir fuerte, era Edward.

Ella decidió llevárselo tras pensarlo unos instantes, podría haberle dejado sin sentido, pero su corazón de cristal le pidió por favor que se lo llevara con ella. Se apresuró, las antorchas gritando a Venus con su idioma avisaban a ésta que estaban cerca. Venus corrió más deprisa hasta un viejo escondite.

Edward abrió los ojos y lo primero que vio fueron muchas estalactitas, pero estas no eran de piedra sino de cristal. Miró a los lados y allí estaba Venus agachada, llorando de dolor en medio de una cueva llena de cristales que hacían reflejos por todas partes.

-¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?- Dijo Edward mientras se levantaba con una mano en la cabeza a causa del golpe. Venus al otro lado le miró con la cara llena de lágrimas de cristal que le hacían aún más triste su rostro.

-Te traje aquí por miedo, este es el lugar donde siempre he venido cuando el temor se apodera de mí. Tenía miedo por ti. Tú no tienes la culpa de que yo sea así. Toda esa gente me odia, me quieren capturar, si me ven conmigo te harán daño.- Decía Venus mientras no podía reprimir sus lágrimas.

Edward que ya estaba levantado se acercó hasta ella. Los cristales crujían a cada paso que daba, sujetándole la mano la dijo.- Muchas gracias por preocuparte por mí, intentaremos huir de aquellos que te persiguen, intentaré curarte y si no lo consigo estaré a tu lado hasta el final.- Al decir esto, Venus dejó de llorar, también cesaron el sonido constante de las lágrimas chocando contra el suelo. Miró a Edward y le dijo:


-Eres muy bueno conmigo, pero no lo entiendes, soy un vampiro. Estoy maldita, hace mucho que tengo este cuerpo, no puedo ver la luz del sol y me hace tener una sed que no puedo controlar. Por eso te pido que me dejes sola, que te vayas de aquí, antes de que sea demasiado tarde. Sal y vete, eres como ellos, yo no. Si me ven, me matarán.-Dijo Venus apartándose las duras lágrimas de su cara.

-No voy a permitir que eso ocurra, esta es la tercera vez que te veo. No me voy separar de ti. Eres preciosa, fuiste un regalo hecho destello, tan fugaz…No he podido dejar de pensar en ti y ahora no me voy a escapar. Voy a ir a la entrada a ver por donde podemos escapar, espérame aquí, estarás más segura.- Edward se acercó hasta su boca de metal y la besó. Venus se quedó paralizada, Edward separó sus labios de los de Venus y la cueva entera lloró de alegría.

-¡Te esperaré! me conmueven las cosas que me dices. Jamás nadie me había hablado así. ¡Date prisa! la salida es un poco más adelante, es la única que hay, en el pasillo de la izquierda. ¡Corre Edward! toda la tristeza que tenía en mi interior me la has borrado con tus palabras.- Dijo Venus llena de alegría al haber sentido por primera vez en su vida el amor.

Edward dejó a Venus sola. Se fue rápido corría por el pasillo de cristal ante mil ojos que le observaban en la oscuridad. Al llegar a la entrada de la gruta, los oídos de Edward oyeron más voces de las que esperaba .Una masa descontrolada esperaba en la entrada gritando insultos y amenazas hacia Venus. Al ver y oír todo esto se quiso dar la vuelta en busca de su niña de cristal pero un hombre tosco y taciturno vio al muchacho y lo agarró por los hombros.
Edward al verse sujeto se intentó zafar pero otros dos hombres más grandes que él también le agarraron. En el forcejeo un cañón se disparó que fue a parar a un cubo que contenía brea y combustible para las antorchas provocando una fuerte explosión que hizo derrumbarse toda una parte de la montaña.
Esto hizo que muchas rocas cayeran sobre la entrada de la cueva haciendo que Venus se quedará dentro encerrada.

Edward chilló, se revolvió pero la gente estaba enloquecida, solo querían ver el final de la bruja vampiro, por eso un golpe dejó inconsciente al joven escultor que a pesar de estar fuera de sí seguía sufriendo en su inconsciencia. Los desquiciados aldeanos al ver la explosión y como había quedado la entrada de la cueva abandonaron el lugar dejándolo en absoluto silencio. Muchos animales acudieron allí en busca de Venus pero no vieron nada tan solo roca sobre roca, ni un sólo sonido salió de aquella montaña.

En cuanto Edward se recuperó de la conmoción fue corriendo a la entrada de la cueva de cristal que estaba llena de rocas tan pesadas como la maldición que soportaba Venus. Estuvo pensando días y días hasta que dio con la solución. Avisó a su mejor amigo , era inventor. Edward le explicó su plan y se pusieron en marcha. Lo primero era quitar las rocas de la entrada. El inventor que se llamaba Boris creo un sistema de palancas hidráulicas, tras días arduos de trabajo consiguieron quitar las rocas. Edward corrió por la oscura gruta como la última vez que vio a Venus. Llegó hasta donde la dejó y allí estaba ella seguía llorando. Edward gritó su nombre y la abrazó con todas sus fuerzas.
-Oh Venus, no te voy a volver a dejar sola jamás.- Dijo Edward abrazándola con más fuerza aún.
- Edward he pasado tanto miedo, pensaba que me quedaría aquí sola eternamente.
-No podía permitir que eso pasara, he venido con un amigo nos fugaremos a su casa en las montañas. Hemos creado una máquina para liberarte de tu maldición.

La noche era cerrada , las



pero al verlo se dio cuenta que ni que con cien lustros de esfuerzo conseguiría quitar todas las rocas. Muchas noches y días se quedó esperando allí, intentando oír a Venus pero no tuvo respuesta. Allí se quedó esculpiendo la viva imagen de la preciosa Venus. Muchos años estuvo en la entrada casi incontables y cuando estaba a punto de terminar la escultura, la vieja anciana se acercó hasta él y le dijo.

-Pobre muchacha, maltratada desde pequeña, envidiada por su belleza, hechizada y transformada. Ansiosa de cariño eligió el camino equivocado que fue salvarte a ti y condenarse a sí misma. Por eso ahora será eterna dentro de una cárcel de cristal de la que nunca podrá salir, haciendo de su belleza eterna.- Al oír esto Edward entendió que jamás volvería a ver a Venus y que su bonito cuerpo de cristal se quedaría allí para siempre. Por eso desde aquel día hasta su muerte no dejó de lamentarse y llorar por Venus. La anciana le dejó solo con su tristeza, el gato negro lanzó un maullido y los dos abandonaron el lugar con cierta lástima.

Con el tiempo aquella montaña se fue haciendo cada vez más cristalina y al cabo de muchos años toda la montaña fue cristal. Todo el mundo que pasaba por allí se quedaban fascinados por la escultura de Edward, hecha desde la tristeza. Al final casi en el tiempo de las maquinas las personas supieron admirar la belleza infinita del cristal, llamándolo Swarovski en honor a la mujer más bonita que existió, llamada Venus, encerrada en un cárcel de belleza perenne , una cárcel de cristal para la mujer más bella jamás vista.



La abuela miraba a los niños con media sonrisa, los niños fascinados se levantaron y examinaron todos los Swarovskis que había por la casa, la abuela llena felicidad dejó escapar una lágrima, que como no, era un pequeño cristal precioso. Precioso como Swarovski.

No, no era una abuela normal.

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