MINA HARKER
Una limusina negra llegó a la céntrica calle, era noche cerrada. Un chófer salió vestido de azul oscuro y abrió la puerta trasera. Un vestido negro se deslizaba de entre las sombras de la noche. Dentro de aquel vestido se encontraba un cuerpo que se ajustaba a todos y cada una de las curvas y pliegues de aquella segunda piel que llevaba encima esta preciosa mujer de larga cabellera negra, brillante, como el plumaje de los cuervos.
Un bolso negro con piedras preciosas escondía dentro un pequeño perro blanco que miraba nervioso hacia todos los lados con dos ojos enormes y negros.
Los tacones tocaron el frío suelo y se dirigieron hacia la puerta de la tienda que estaba cerrada. Una joven saludaba desde dentro, parecía nerviosa. Los tacones seguían acuchillando el asfalto hasta que llegaron a la puerta. Ésta se abrió, dentro la chica esperaba ansiosa la entrada de Mina.
-Buenas noches Mina.- Dijo la dependienta encogiendo los hombros.
-Buenas noches, una día más. Qué bien ver caras nuevas. ¿Han traído lo que les pedí?- Dijo Mina pasando a la tienda por delante de la chica.
-Por supuesto, acompáñeme.- Dijo la encargada haciendo un gesto con el brazo.
Era un gran espacio, las paredes dibujaban formas nada habituales para una tienda de ropa. Curvas, arcos y pliegues formaban mil estilos en uno. Las gafas de sol de Mina reflejaban lo peculiar que tenía el espacio. Apenas había ropa postrada en las paredes y atriles, tan solo un par de zapatos por un lado y unos cuantos trajes por otro.
Dos guardias vigilaban las dos zonas diferenciadas de la sala. La chica joven y Mina caminaron hasta una puerta de cristal negro. Ésta se encontraba al final de un pasillo circular decorado por viejos marcos que encierran modernos retratos de vivos colores.
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La joven sacó de su bolsillo trasero una tarjeta, la pasó por una ranura que estaba incrustada en la cerradura, emitió un leve sonido y la puerta se abrió.
Mina entró en la habitación. Su imagen se multiplicaba por diez debido a las paredes llenas de espejos. El pequeño perro se escapó de su cárcel y llegó hasta el suelo. Mina casi sin inmutarse se dirigió a su mascota.
-Caín, tranquilo.- Dijo Mina automáticamente.
El perro se quedó inmóvil mirando fijamente a su ama. Ésta miraba fijamente a la dependienta a través de sus grandes y oscuras gafas y la dependienta nerviosa miraba uno de los cristales donde había un pomo. Uno de los espejos se abrió y dentro de él había una colección de vestidos y abrigos, todos oscuros con toques de exquisito color. La dependienta pasó sus dedos por ellos y le dijo a su distinguida clienta:
-Aquí lo tiene Sra Harker.- Ofreciéndola toda el muestrario, como un viejo tesoro en un cofre.
-Por favor llámeme Mina. Perfecto, y… ¿Los zapatos?- Le dijo ansiosa por ver su botín.
-Ah, se me olvidaba.- Respondió con miedo ante un fallo tan tonto.
La joven se agachó y abrió otra puerta de cristal. Después abandonó la sala. Como por arte de magia apareció una colección infinita de zapatos que dibujaban el teclado de un piano multicolor. Mina se quitó las grandes gafas que ocultaban dos ojos verdes acompañados por unas ojeras que hacían resaltar más aún el color de la esmeralda en su blanca piel. Sus largos dedos blancos tocaron cada parte de los vestidos y zapatos que tiene delante de ella. Se probó unos y otros y se subió encima de todos los pares. No todos le quedaban como ella quería, su máxima exquisitez y su perfeccionamiento a la hora de vestir le habían hecho única en su gusto.
Tan solo se quedó con un par de zapatos y un vestido, se miró frente al espejo como le quedaba. Estaba contenta y se veía guapa. Los dos tacones que llevaba le hacían sentirse mejor que nadie, su cuerpo se estremecía al verse tan bella.
El perrito jadeaba frente al espejo, ella se movía de un lado a otro, se acercó todavía más para ver de cerca su reflejo. Cuando estaba a punto de tocar el cristal con la punta de la nariz, la puerta se abrió. Era la joven dependienta. Mina se dio la vuelta, la cara nerviosa de la joven se transformó en horror. Dos grandes colmillos manchados de carmín salieron de la boca de Mina que brillaban como dos diamantes en los espejos.
Fuera los dos guardias se miraron.
-¿Has oído algo?- Dijo el más grande de los dos.
-Yo, no.- Respondió su compañero.
Los dos con las manos en la espalda siguieron pensando es sus aburridas vidas. Unos tacones irrumpían en la silenciosa sala, era Mina que andaba con paso decidido hacia la salida.
-Ya he terminado por hoy aquí, pueden cerrar.- Dijo majestuosamente Mina mientras abandonaba el local.
Los dos guardias se miraron y le obedecieron al instante. Afuera el chofer esperaba a Mina, le abrió la puerta y ésta se agachó para introducirse en el vehículo. Un ladrido de Caín sonó a despedida. Mina se miró en el espejo. Tenía una pequeña mancha roja al lado de sus labios, se limpió con un pañuelo de una conocida marca. Se volvió a mirar en el espejo, sonrió y dijo.
-Tranquilo Caín, nos vamos ya a casa.- Le susurró a su pequeña mascota mientras le acariciaba.
La joven dependienta se retorcía de placer entre los lujosos vestidos. Tocaba las telas de estos dejando emanar de su boca gemidos. En su cuello había dos pequeños agujeros de los que salía un hilo de sangre. Ésta caía hasta la blanca camisa del uniforme haciendo dibujos de ríos imposibles, con bellas formas rojas. La joven volvió a dejar escapar de su boca otro leve gemido.
La limusina arrancó y se fue.
Tuesday 15 December 2009
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